Victor Enrique Romero Martínez

El pasado viernes 7 de marzo de 2025, en las instalaciones del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD) de la Universidad de Guadalajara, un trabajador atropelló a un perro dentro del campus, un hecho que testigos señalan como intencional.

La indignación no tardó en manifestarse, tanto en redes sociales como en la propia comunidad universitaria. 

Pero más allá del enojo, este acto nos obliga a mirar más profundo: no solo al individuo responsable, sino a la cultura que permite que la vida de un animal sea tratada con indiferencia. ¿Cómo llegamos aquí? ¿Qué significa esto sobre nosotros como sociedad?

El atropellamiento intencional de un perro en el CUAAD no es solo un acto de violencia contra un ser indefenso; es un reflejo de algo más profundo, más inquietante. Nos obliga a preguntarnos: ¿cómo llegamos a un punto en el que la vida de un animal puede ser tratada con tanta indiferencia? ¿Cómo puede alguien, dentro de una institución que se supone promotora del conocimiento y la sensibilidad artística, actuar con tal frialdad?

Lo ocurrido no es un caso aislado ni un simple incidente desafortunado. Es el síntoma de una sociedad en la que la vida de los demás —humanos y no humanos— sigue viéndose como algo prescindible, donde la crueldad aún encuentra cabida en nuestra cotidianidad sin mayores consecuencias.

Más allá de exigir justicia para este animal, debemos mirar hacia adentro, como comunidad y como individuos. No basta con indignarnos en redes sociales o con señalar al culpable. Tenemos que preguntarnos qué estamos haciendo para cambiar la manera en que percibimos y tratamos a los animales. ¿Estamos dispuestos a desafiar el especismo que nos han inculcado? ¿Estamos promoviendo una cultura de respeto hacia todas las formas de vida o solo reaccionamos cuando la violencia se vuelve innegable?

Este suceso debe ser un llamado a la reflexión y a la acción. Las instituciones educativas, como la UdeG, no pueden quedarse en el discurso; deben asumir un papel activo en la construcción de una comunidad más ética. Se necesitan medidas concretas: sanciones ejemplares, educación sobre el respeto a los animales, protocolos claros para la protección de los seres que coexisten con nosotros en estos espacios.

Porque, al final del día, lo que hagamos (o dejemos de hacer) en respuesta a este acto dirá más sobre nosotros que sobre el agresor. Y esa es la pregunta que nos debemos hacer hoy: ¿qué clase de comunidad queremos ser?