Preguntarnos por los deberes que tenemos hacia otros animales requiere cuestionar el pasado, el ahora y el futuro. Entiendo por deber, la acción a que alguien está obligado necesariamente por la representación de una ley moral. En otras palabras, es la acción dictada moralmente para la realización del bien ajeno. No se confunda el deber con las leyes jurídicas; estas obligan a través de la amenaza de ser sancionados por una norma, código o ley jurídica, mientras que el deber obliga en función al daño que podemos ocasionar a los demás con nuestras acciones. De esta forma, el deber requiere ser realizado necesariamente por un sujeto racional, capaz de discernir entre lo correcto e incorrecto.

Las obligaciones que tenemos ante los animales no humanos han existido a lo largo de la historia. Ejemplo de ello es la Lex Aquila en el Derecho Romano cuya regulación versaba respecto al daño causado injustamente sobre una “cosa” ajena, como eran los animales. Es importante señalar que desde entonces los animales son categorizados como “cosas” “bienes” “propiedades” o “recursos” en nuestros Códigos Civiles.

Aunque estas obligaciones han beneficiado a algunos animales, en realidad lo que se protegía y protege a la hora de hablar de obligaciones son los bienes o propiedades de la persona, y los animales formaban parte de esos bienes o riquezas. Se comprende entonces que el ganado o pecus se ha vinculado desde tiempos antiguos con la riqueza del poseedor, pues etimológicamente la palabra riqueza o fortuna tiene su raíz en la palabra latina pecunia.

Ahora bien, si nos planteamos nuestros deberes en serio hacia los animales, tendremos que “extender la mirada más allá de nuestro tiempo […] [para] vislumbrar a sujetos nuevos como los animales, que la moralidad común ha considerado siempre solamente como objetos o, como máximo, sujetos pasivos, sin derechos”
(Bobbio, 1991: 110). Mirar más allá de nuestro tiempo requiere, por una parte, reconocer en el pasado, aquello que nos conforma ahora y permanece como un recuerdo obligado: el sufrimiento de los vencidos, de los animales no humanos. Por otra parte, se requiere ser capaces de pensar y construir un futuro donde el dolor y sufrimiento innecesario de los animales deje de percibirse como normal o necesario. De otra manera, aceptamos vivir del horror al inmutarnos ante el padecimiento de millones de animales que mueren, principalmente, en las globales industrias ganaderas. Permanecer en ese horror, es aceptar vivir en un mundo
en el que ya no nos es posible pensar lo mejor (Adorno, Horkheimer, 2014: 71). De aquí la exigencia de realizar una crítica a la historia de los vencedores y a algunos de sus fundamentos que siguen formando parte del presente.

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