Víctor Enrique Romero Martínez
Los incendios forestales en regiones como Pacific Palisades son un recordatorio claro de cómo la actividad humana ha transformado por completo ecosistemas que, en el pasado, mantenían un equilibrio natural. Históricamente, el fuego desempeñaba un papel ecológico vital: renovaba la vegetación, permitía la regeneración de ciertas especies y estabilizaba los ciclos del ecosistema. Sin embargo, la urbanización, la fragmentación de hábitats y las políticas de supresión total de incendios han alterado profundamente estos procesos, acumulando combustible que intensifica incendios futuros.
El cambio climático, impulsado por nuestras actividades, ha exacerbado esta situación al generar temperaturas más altas y prolongar las sequías, convirtiendo los incendios en eventos catastróficos y no reguladores. Estas modificaciones no solo afectan a la flora y fauna locales, que pierden sus hogares y recursos, sino que también tienen consecuencias directas sobre los humanos. Las comunidades que se han asentado en estas áreas enfrentan pérdidas materiales, de vidas y de salud debido al humo y los desplazamientos forzados.
Al final, lo que enfrentamos es una especie de círculo vicioso: transformamos la naturaleza sin comprender plenamente su complejidad, y ahora vivimos las consecuencias de esa desconexión. Sin embargo, también es una oportunidad para reflexionar y reorientar nuestras acciones, reconociendo que nuestro bienestar está intrínsecamente ligado al de los demás seres vivos y al equilibrio de los ecosistemas que hemos alterado.